sábado, 16 de mayo de 2009

Enrique Pereira

Por Jaime Naifleisch
Esta tarde de miércoles murió mi buen amigo Enrique Pereyra, Z"L, de Paraná, de Entre Ríos, de Argentina. Hombre entero, intachable, leal, inquieto, con un humor excelente, culto, socarrón, de gaucho gallego, como de gaucho judío, no se reía de los demás.

Hombre justo. Parecía indestructible. Pero mi país destruye a los mejores, a unos de un modo a otros de otro. No se dobló. Se quebró en su hermoso despachito lleno de libros, donde estuve. Se dice que roto por lo que vivía como la pérdida de rumbo de la cofradía a la que se entregó como modo de entregarse a la Argentina, el partido en el que confiaba para detener la barbarie, la corruptela que despreciaba, el totalitarismo que nunca lo hizo callar, el abandono de los débiles que le dolía. La reciente muerte de Raúl Alfonsín, su maestro, lo había afectado mucho. No hubiera sido igual sin él, y no lo será. Pocos me han hecho reir tanto, y fue muy bueno dialogar con él. Él y Luz, que era su columna, me honraron con su amistad y con la hospitalidad de su hogar. No voy a abundar en adjetivos, aunque se me agolpan, y afortunadamente se los hice saber. Justo y leal, se me ocurren superlativos, y más aún en su contexto. Me rompe esta muerte, nos teníamos mucha estima y respeto. También con sus hijos, Ramiro y Santiago, que ya tienen mi abrazo. Muchos amigos me escriben desde hace horas dándome la noticia, falleció a las 18,30. En fin, quería contárselos. Los Hombres somos imprevisibles y ni sabemos por qué unos salen buenos y otros peores, otros pésimos. Ninguno perfecto.
Chau Enrique, Paranaéira, maestro, que en paz descanses.
Abrazos
Jaime Naifleisch
Barcelona, jueves 14 de mayo

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