viernes, 29 de febrero de 2008

La monarquía cubana

Por Pilar Rahola

Y, sin embargo, soy optimista. Quizás porque no hay mal que cien años dure; o por el amor a esa tierra, donde casualmente nació mi padre, a pesar de su centenaria herencia ampurdanesa; o porque la biología juega en contra de Fidel, y muerto Fidel, muerta la rabia. Por muchos motivos, la Cuba que el domingo instauró a Raúl Castro como heredero plenipotenciario del santo grial del mesías Fidel ha iniciado una marcha atrás, tan inevitable como esperanzadora. Decían los principales opositores a la dictadura que es muy difícil imaginar una democracia en Cuba, con Fidel tutelando el régimen. Aunque algunos signos podrían albergar la idea de una tímida transformación, Castro es el padre militar y político, el mito histórico, el comisario de todas las decisiones, y con él, nada se moverá realmente. Lo dejó muy claro Raúl Castro, en su discurso de investidura: no es reforma, es continuidad. Por cierto, no deja de maravillarme lo mucho que se parecen las dictaduras entre ellas, tal como explicaba Joan B. Culla, en el programa de Bassas, en Catalunya Ràdio: las proclamas de Raúl Castro, asegurando fidelidad al líder y continuismo férreo, eran calcadas de las que dijo Carrero Blanco, en 1973, cuando Franco lo instauró en la presidencia. Dios los cría... Al tiempo, tiempo, pues, en estos tiempos revueltos donde fenecen algunos de los mitos más inamovibles del siglo XX. Y mientras el tiempo permite madurar un proceso que inevitablemente llegará, sobre todo porque los cubanos están al límite de su paciencia, hoy es el momento de hacer una reflexión crítica sobre este largo periodo de la historia. De entrada, las muchas mentiras que, durante años, contaminaron el discurso de izquierdas, un discurso que, mientras nos enseñaba a luchar contra las dictaduras de derechas, proyectaba una tierna mirada sobre sus propias dictaduras. A pesar de las muchas pruebas de la crueldad de la tiranía, del millón largo de cubanos exiliados, de las cárceles repletas de disidentes políticos, a pesar de la represión sufrida, cantada, gritada por demasiadas gargantas, Cuba fue perdonada durante décadas, "entendida", según expresión clásica de la progresía, y sus disidentes sufrieron todo tipo de campañas de desprestigio. De la misma forma que nos enseñaban, en las universidades del antifranquismo, a despreciar los libros de Alexander Solzenitsin, donde narraba las crueldades del gulag soviético, porque "era un agente de la CIA", luchadores por la libertad de Cuba, como Carlos Alberto Montaner, padecían el mismo tipo de desprestigio. Lo importante era negar la crueldad de la tiranía, aunque ello significara despreciar hasta la crueldad el dolor de sus víctimas. Cuba ha sido una pesada asignatura pendiente de la izquierda durante décadas, tantas, que alguna izquierda aún profesa patéticos tics de filia castrista. Recordemos si no, la reciente decisión del Ayuntamiento de Badalona de dar 18.700 euros al Casal de Cuba para poner una estatua del Che, en el mismo barrio donde escatima, desde hace años, cien metros de alcantarilla que evitarían la endémica inundación de la calle Austràlia. ¿Se imaginan a ese mismo ayuntamiento dando subvenciones para la dictadura chilena? Pero Cuba siempre ha gozado de la doble moral de la izquierda dogmática. Por supuesto, si el régimen no cambia, esos mismos gurús del dogma de fe sacarán el espantajo del yanqui malo, culpable de la situación. Al respecto, primero: no hay bloqueo, sino embargo. Segundo: durante décadas Cuba defendió los agresivos intereses soviéticos en la región. Y tercero, y fundamental: el futuro de Cuba no lo marcará Washington, haga lo que haga, sino la propia sociedad cubana, en tensión permanente con la dureza del régimen. Por ello soy optimista. Porque ni la peor de las dictaduras sobrevive más allá de su propio tiempo. ¿Durará mucho el castrismo? Puede que aún dure, pero será lo que dure su agonía.

Fuente: www.pilarrahola.com

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