domingo, 9 de marzo de 2008

La normalización del Partido Justicialista: Una mirada radical

Por Mario Jaraz y Enrique Pereira

Desde el momento en que el ex Presidente de la Nación se dispuso a reorganizar el Partido Justicialista y ser electo presidente del mismo, mucha gente comienza a tomar conciencia de la autenticidad de la permanente prédica que formulamos desde la Unión Cívica Radical sobre la necesidad de que, tal como manda nuestra Constitución Nacional, la República y la Democracia se sustenten sobre el accionar de Partidos Políticos que reflejen con toda claridad la voluntad de la sociedad.
No estábamos efectuando una declamación más de las tantas que a diario se formulan en el ámbito político, sino un reclamo real, dado que, ante el silencio de muchos, respondiendo a intereses muy particulares, se estaba llevando a cabo un cambio sobre la manera de ejercer la acción política y la búsqueda de la representación de los integrantes de la comunidad.
Se estaba instalando un sistema que sustituía el indispensable protagonismo que deben tener los ciudadanos a través de los partidos, por propuestas sostenidas especialmente en coyunturales posicionamientos personales que solo ven al pueblo como receptor de sus humores y participando en el momento del voto.
A esa realidad no escapaba la conducta de la persona que comanda a la mayoría de los peronistas del país, que admitieron distorsiones y hasta el cambio del nombre del partido, entendemos sólo admisibles a la luz de los éxitos electorales y del acostumbramiento a los típicos movimientos pendulares que desde los ideológico y metodológico tiene el Partido Justicialista.
Aun no podemos explicarnos el cambio de actitud.
La normalización del Partido Justicialista nos produce, a nosotros los radicales, una particular satisfacción y expectativa, y es porque esperamos que la misma no solo signifique el bloqueo de las aspiraciones que otros dirigentes de su propio partido, cuestión que no es de nuestra incumbencia, sino que exprese también la desaparición de la utilización de diversas practicas perversas que perjudican el funcionamiento normal de la democracia.
Esperamos que, entre otras cosas, se termine con la violación que en distintos distritos, en los que poseen histórica mayoría, se efectua del espíritu de la Constitución Nacional cuando determina en cada provincia la elección de un Senador nacional por la minoría. En esos distritos, utilizando el artilugio de las diferencias insalvables se promovíó la creación de un nuevo partido político con lo cual se apropiaban de los senadores correspondientes a la mayoría como también el de la minoría. Demás esta decir que esa supuesta diferencia casi nunca quedo reflejada en la actividad parlamentaria posterior, pero si quedo totalmente consumado el hurto de los derechos de la minoría real.
Deseamos asimismo que, junto a la normalización retorne el respeto por los otros partidos, como también la comprensión plena del rol que a cada uno le corresponde cumplir a partir de la voluntad de la sociedad y la comprensión acabada de que las diferencias ideológicas expuestas dentro del marco de la democracia por intermedio de las herramientas que la misma prevé, deben ser asumidas como contribuciones al mejoramiento de proyectos y propuestas y no como interferencias utilizadas con fines entorpecedores.
En la política, la construcción de lo mejor no es patrimonio del pensamiento único sino de la habilidad con que quien detenta el poder se nutre de la diversidad y lo conjuga con su propia visión.
Dentro de este convulsionado mundo de la política, no particularmente activo en la búsqueda de las mejores soluciones para la gran mayoría de los argentinos que pese al aparente buen momento que se vive en la economía aún no percibe para si una mejor situación sustentable en el tiempo, quizás se este comenzando a generar una mejor relación política-sociedad.
Un partido político, primer eslabón de la practica de la democracia, es el espacio propicio para el desarrollo, la enseñanza y la difusión de las ideas; para la generación de dirigentes aptos, comprometidos con un ideario y la sagrada encomienda del aporte al cumplimiento de los sueños de la gente.
Es también el lugar en el cual todos y cada uno de los ciudadanos debe encontrar el escenario para sentirse protagonista de su propio destino.
Ser parte de un partido político otorga beneficios pero al mismo tiempo crea grandes obligaciones. Obligaciones para con el grupo social, y un partido político lo es, como para con la sociedad toda.
El partido no es patrimonio de alguien o de algún grupo en particular. Es imprescindible rescatar el concepto de que el verdadero propietario del partido son sus afiliados y militantes y que el dirigente no es más que un circunstancial representante que debe en gran parte su éxito, a su pertenencia y participación partidaria.
Cada integrante de un partido político debe estar totalmente consubstanciado con su historia, sus normas y sus principios, por cuanto son ellos los que rigen su actuación, pudiendo enriquecerla con un accionar vigoroso y exitoso, lo que sin dudas debe ser una obligación. Representar a un partido político debe significar para la sociedad la posibilidad de prever el comportamiento, la conducta y la visión que ese representante tendrá ante cada circunstancia.
Resulta inaceptable que un político, haciendo uso de la representación otorgada, utilice la misma para fines totalmente ajenos a los fines determinados por el partido al que pertenece.
Enunciamos algunas normas generales que todos quienes participamos en política conocemos, pero que lamentablemente parece que han dejado de formar parte de las reglas de juego de algunos grupos políticos que se han confundido y a partir de su propia confusión, confunden.
Nosotros los radicales conocemos perfectamente las consecuencias que provoca la debilidad de las convicciones. Sabemos de lo cruenta que fue y es la lucha por mantener la identidad e integridad partidaria y de ninguna manera desconocemos o estamos ignorando el origen de muchos de estos problemas, por eso con suma cautela observamos los movimientos que provoca la normalización del Partido Justicialista, tratando de determinar con la mayor exactitud posible la intencionalidad real de la acción que su principal dirigente actual emprendiera.
Somos incapaces de soslayar la importancia que el Partido Justicialista tuvo desde su creación en la vida de la República y de todos los argentinos, pero también conocemos la facilidad con que desconocen su historia, sus responsabilidades y muchas de sus acciones, por lo que, si bien debiéramos celebrar su normalización por cuanto a partir de ella creemos que será más factible el debate por la vigencia de las reglas que la democracia lleva implícita, no debemos cometer la torpeza de olvidar los objetivos que no solo enunciaran sino que militaran fuertemente y con gran tenacidad quienes hoy encabezan el proceso.
Ese modelo propendía a la hegemonía, a la construcción del pensamiento único, a una excesiva y peligrosa concentración de poder y al desprecio y cooptación de la oposición.
Los hombres tenemos la libertad de elegir las doctrinas y las ideologías que entendamos mejor reflejen nuestro pensamiento y aspiraciones, pero lo que no podemos hacer, en nombre de nuestra libertad, es obligar a que otros piensen como nosotros, a actuar con sentido destructivo con quienes se disiente, pretender adueñarnos del espacio ajeno y menospreciar a los que promueven otras ideas.
Nosotros, los radicales, aprendimos que esto no es democracia, que esto no es respeto, que esto no es entender de política, sino que esto es nada más y nada menos que un corto camino hacia el fascismo y lo decimos porque con estoicidad y osadía soportamos el embate y mantenemos vivo nuestro partido y nuestra aspiración a ser gobierno, como también el permanente respeto por el espacio que en cada circunstancia, la sociedad nos otorgue.
Nuestra consigna seguirá siendo continuar sosteniendo con tenacidad nuestra identidad y nuestras convicciones, respetando a todos aquellos que no piensen como nosotros, concientes de la responsabilidad que nuestra función de dirigentes nos genera para defender a nuestro partido.


Ing. Mario Jaraz Enrique Pereira
Secretario General Secretario de Formación Política
Comité Nacional de la UCR

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