domingo, 13 de abril de 2008

El peronismo

Por Antonio Tardelli (*)

Debe haber algo de verdad, o al menos algo de poderoso, en la respuesta del escritor Rodolfo Fogwill. Tiene que haber algo así. Caso contrario, el columnista no la hubiera escuchado tres veces en menos de 48 horas, en diferentes ámbitos, reproducida por tres personas diferentes. Y la respuesta está incluida en una revista cultural, “ADN”, de “La Nación”, de circulación más bien restringida.Le preguntan a Fogwill si el peronismo no ha terminado derramándose sobre todas las prácticas políticas.Responde: “Lo malo del peronismo está cada vez más fresco en el kirchnerismo. Mi papá y mis amigos de la FUBA no eran gorilas por la distribución de la riqueza ni por el antimilitarismo. Eran gorilas por el efecto antiestético que produce gente que te violenta en nombre de un discurso en el que no cree. Y eso es el peronismo”.Algo de cautivante contiene la contestación. Mucho de cautivante, es evidente, exhibe el peronismo, capaz de ser la derecha y la izquierda, la reacción y la revolución, lo conservador y lo progresista, el país burgués y el hecho maldito.Son notables los malabarismos dialécticos a los que se arriesga gente que se define como intelectual de izquierda. Se esfuerzan por presentar el conflicto que enfrenta al campo y al gobierno como una demostración incontrastable de que el kirchnerismo es un experimento que compite en progresismo con cualquier experiencia latinoamericana presente. Dejan, además, una sensación de sobreactuación.Lousteau Guillermo, el padre de Lousteau Martín, también es economista. Se autodefine como liberal. De acuerdo a lo que es esperable, defiende la actuación ministerial de su hijo. Preside un centro cultural argentino en Miami, sitio donde no abundan los progresistas, y participó recientemente en Rosario de un encuentro que convocó a exponentes ubicados ideológicamente del centro para la derecha.Ex funcionario de la Secretaría de Turismo durante la última dictadura militar, relata Lousteau padre que en Miami debe andar todo el tiempo explicando (porque, dice, se generan confusiones) que la Argentina no es Venezuela y que los Kirchner son diferentes a Chávez.En rigor, ni falta que hace. Chávez y los Kirchner se llevan más que bien, pero eso no significa que sean idénticos y ni siquiera que sean muy parecidos. A veces los matices, las gradaciones que distinguen una u otra ubicación en el arco político, conllevan una diferencia sustancial.Los Kirchner no hablan del “socialismo del Siglo XXI” y lo más alejado del neoliberalismo que se les conoce, en términos de definición ideológica, es una vaga idea acerca de la construcción de una burguesía nacional, expresión que, dicho sea de paso, puede ser útil para justificar decisiones que no necesariamente atienden al interés del conjunto.No surge aún claramente una lectura respecto de la reciente nacionalización de Sidor, una empresa en la que tiene participación el consorcio parcialmente argentino Techint, que aquí representa a un sector industrial de notable poder de lobby en la definición de las políticas públicas.Pero en cualquier caso esa acción avala que Chávez cultiva un estilo que, para bien o para mal, según quien mire, no trepida en patear drásticamente tableros de un modo más concreto que lo que suponen las espasmódicos enojos del gobierno argentino, más enérgico en lo visible que transgresor en lo oculto. Por lo demás, Chávez no vacila en nacionalizar una cementera extranjera durante los mismos días en que el gobierno argentino, a veces con argumentos sólidos, a veces con razonamientos inconsistentes, presumía de progresista construyendo mediáticamente, en medio del conflicto con las entidades agropecuarias, un enemigo oligárquico que no necesariamente se corresponde con la realidad.Petróleo, energía eléctrica y telefonía son algunos de los rubros que ya conocen de las estatizaciones de Chávez. En Venezuela se habla de la “revolución socialista” que recupera para el sector público el control de áreas clave. Acusan a Chávez de pretender la imposición de un modelo comunista. A su amigo Julio De Vido, ministro argentino, se lo acusa de otras cosas.De tanto en tanto los argentinos se topan con los deseos imaginarios del peronismo, esa fuerza que ha gobernado la Argentina durante casi 30 de sus 62 años de vida, y que en muchos pasajes, cambiantes pasajes, lo ha hecho, al menos según Fogwill, en nombre de ideas en las que no cree.

(*) Periodista.

Fuente: Diamante Noticias y Cronista Digital

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