domingo, 8 de junio de 2008

Un fiasco llamado ONU

Por Pilar Rahola

Quizás serviría como memorial de los sueños rotos. Aquello que pudo ser y no fue. Joan Saura podría incorporarlo a su desmemoriado proyecto sobre la memoria histórica. Total, si como dijo Josep Benet se puede manipular de forma delirante la memoria más reciente de nuestra historia (y convertir a algunos insignes del comunismo catalán en hermanitas de la caridad), ¿cómo no inventar una historia de magníficas gestas con algo más lejano? La ONU da para casi todo. Para sus orígenes épicos, cuando se imaginó un organismo que velaría por los derechos humanos en el planeta. Nació para construir los puentes de la libertad, y, con mayor osadía, para garantizarlos. Pero la historia se truncó pronto en un baile de dictaduras, resoluciones sectarias y todo tipo de abusos que incluso ensuciaron su labor en zonas en conflicto. Entre los hitos más perversos, la resolución 3379, que, por impulso de Siria y Egipto, equiparó al sionismo con el racismo y el apartheid sudafricano. Aunque se derogó en el 91, cumplió con su intención de proscribir a Israel del plano internacional. Dicen los propios de la ONU que esa resolución, como otras igual de perversas, se explican en el marco de la guerra fría, cuando la alianza entre el bloque soviético y los países árabes intento demonizar a Israel y excluirla de la legalidad internacional. Sin embargo, esa explicación es, justamente, la que ahonda en la vergüenza de la ONU: su incapacidad para sustraerse a la manipulación de los países que la forman. Más de cien dictaduras conforman su Asamblea General. De ahí que la ONU, a pesar de su retórica, nunca haya hecho una resolución condenando el apartheid racista que sufren las mujeres en el islam. O ninguna contra el uso de niños bomba. O, por ejemplo, no sea capaz ni de condenar los atropellos de Rusia en Chechenia, ni los de Estados Unidos en Guantánamo. La ONU no existe para los derechos humanos. Existe para que payasos como Chávez conviertan su alto aparador en el escenario planetario de sus bajas pasiones. Como existió, en el pasado, para que Arafat hablara en la ONU con una pistola en la mano, poco tiempo después de haber sido asesinados 11 atletas judíos en las Olimpiadas de Munich. Pese a la rama de laurel que sostenía en la otra mano, Arafat certificó para siempre la severa enfermedad de la bienintencionada organización: valía todo si las presiones eran las adecuadas, incluso valía el terrorismo. Y por tener, incluso tuvo de secretario general a Kurt Waldheim, que había servido en el SA-ReiterCorps del Partido Nazi. Por supuesto, la resolución considerando a Israel un país racista se aprobó bajo su mandato.Los años no han mejorado su ambigua naturaleza. Se mantiene como un enorme dinosaurio, con una notable incapacidad de moverse hacia algún lado. En las zonas en conflicto, algunos de sus soldados han sido artífices de los abusos más graves. Y respecto a su capacidad de influencia política, para muestra el último botón, la maldad del régimen de Birmania ante sus propias víctimas. Es tan inútil la ONU que no ha conseguido ni tan sólo visitar el país durante semanas, y su secretario general ha sido ninguneado por la dictadura birmana, que no ha tenido ningún apuro en abandonar a millones de personas a su propia desgracia. En este caso, la ONU ha conseguido perpetrar algún papelito de condena, y, cual si fuera un poeta trágico, incluso ha lamentado la situación. Cierto. Puede que no tenga solución. Las dictaduras existen y la ONU es tan esclava de ellas que incluso es usada por las dictaduras, como blanqueador legal de sus miserias. Pero entonces, si es así, si la ONU no sirve para millones de mujeres esclavas, para miles de personas en Darfur, para miles de birmanos abandonados, ¿de qué sirve el viejo dinosaurio, más allá de dar voz a los iluminados del mundo? Sirve para que se rían de los derechos humanos en la propia organización que nació para preservarlos.

Fuente: www.pilarrahola.com

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