Por Ramiro Pereira y José Antonio Artusi
"La muerte no es verdad, cuando se ha cumplido bien la obra de la vida".
José Martí
En los tiempos en que la Argentina se encontraba estrenando el voto universal, secreto y obligatorio sancionado por la reforma electoral conocida como Ley Saenz Peña, en el noroeste argentino se podía escuchar, brotando del pueblo llano, un canto que en sus simples estrofas daba cuenta de las implicancias revolucionarias de la adopción en la práctica de la soberanía popular como criterio legitimante de los poderes públicos: En el cuarto oscuro, vidalita, no manda el patrón. En el cuarto oscuro, vidalita, cada ciudadano, tiene su opinión. Y es que Hipólito Yrigoyen no fue sólo el primer presidente de la Nación elegido por el pueblo en comicios democráticos, sino el líder que organizó desde el llano la lucha por la pureza del sufragio a través de la abstención electoral y la revolución armada, presionando a los poderes constituidos hasta conseguir el reconocimiento de la personería política del pueblo. Esto último, al decir del legislador socialista Nicolás Repetto en su discurso de homenaje pronunciado el 5 de julio de 1933 en el recinto de la Cámara de Diputados de la Nación, basta para asegurarle a Yrigoyen “un puesto señalado y definitivo en la historia argentina” puesto que “contribuyó a derrocar el régimen de las viejas oligarquías e inauguró el primer gobierno verdaderamente democrático del país”. Este reconocimiento realizado por duros adversarios de Yrigoyen, a quien tachaban como expresión de la política criolla, da cuenta del enorme avance que experimentó el país en la segunda década del siglo pasado, cuando tras la organización institucional acontecida entre 1853 y 1880, la laicización de la vida privada y el despliegue de los resultados del proyecto educativo plasmado en la ley 1420, el pueblo deja de ser gobernado para gobernarse a sí mismo, y se efectúa el tránsito de una República de notables a una Republica verdadera. Sostiene con razón Diego Barovero que “ha ocurrido con Yrigoyen una de las más injustificables paradojas de la historia argentina, puesto que siendo uno de los líderes de América que más tempranamente se preocupó por la defensa de la soberanía, por la realización del principio democrático y social y por la unidad latinoamericana, ha permanecido hasta hoy olvidado o relegado en su auténtica dimensión por los libros de historia y nuestra tradición política. Quizá por esa razón los sectores del privilegio se han ocupado de atenuar o disminuir la trascendencia que el pensamiento y la acción de Yrigoyen tuvieron en el proceso de emancipación del pueblo argentino. Por que la lucha que iniciara Leandro N. Alem y que continuó y perfeccionó su sobrino Hipólito Yrigoyen entró en franca colisión con los intereses de lo que éste último denominó acertadamente "El Régimen". El comisario de Balvanera que por dos veces ocupó la presidencia, como describió a Yrigoyen el diario “La Prensa” cuando con inquina informó de su muerte, había sido legislador provincial en Buenos Aires y diputado de la Nación por aquella provincia a comienzos de la primera presidencia de Roca. Sobrino de Leandro Alem, tuvo activa participación en la constitución de la Unión Cívica -primer partido político moderno de la Argentina- y en la Revolución del ’90, cuya Junta Revolucionaria integró como jefe de policía del gobierno provisorio presidido por su tío. Vencida la Revolución del parque y caído el gobierno de Juárez Celman, en 1891 organiza y preside el Comité de la Unión Cívica de la Provincia de Buenos Aires, desde el cual constituirá la formidable estructura política que fue durante décadas el partido radical de aquella provincia, y desde la cual jaqueó al gobierno nacional en la revolución de 1893. No es este el ámbito mas apropiado para ensalzar la estrategia en la oposición del líder de un partido, que por otra parte es el mismo que el nuestro. Si en cambio, corresponde resaltar la importancia que revisten en nuestras sociedades los liderazgos políticos, que sirven para orientar y canalizar en fuerzas orgánicas las opiniones, esperanzas y voluntades, transformándolas en acción constructiva en pos de objetivos que trascienden el mero oportunismo personal o de facción. La intransigente abstención revolucionaria durante largos años redundó finalmente en el compromiso de la fracción política encabezada por Roque Saenz Peña de “mejorar los hábitos políticos”, decisión en la que debió pesar la visión de una nación cambiante en su morfología social por el constante influjo de la inmigración proveniente del continente europeo y el temor ante la presencia de un movimiento obrero organizado en Buenos Aires. La república de notables acordaba, a partir de una de sus personalidades más lúcidas, adoptar mecanismos electorales transparentes. Yrigoyen probablemente haya sido la contracara del elemento mercantilista de la élite política que –con mucha amplitud- se ha dado en llamar generación del ’80, aunque el mismo Yrigoyen era un liberal, en términos del liberalismo político que en nuestro país gozó de fuerza y vigor incontrastable, al menos, hasta entrada la década del ’20, en que comienza a pregonarse la hora de la espada. Lo distintivo de la concepción política de Yrigoyen, es la inescindibilidad entre ética y política en la que se funda el rechazo al elemento sensual que habita el poder. Y esta concepción no es la de un teórico sino la de un líder político con gran criterio práctico y claras virtudes organizativas. Sobre Yrigoyen y su adscripción al krausismo, Osvaldo Alvarez Guerrero refiere que “desde el punto de vista de la historia de las ideas políticas y de la filosofía social en Latinoamérica, Yrigoyen es el político krausista por excelencia y el ejemplo más característico de esa corriente reformista y democrática. Su pensamiento y los modos de su conducta pública y privada, su personalidad y, en fin, su estilo humano, tienen los rasgos, en forma y sustancia, del krausismo como filosofía ética y modalidad de vida, tal cual se desenvolvió en la España del Siglo XIX [..] pero la gran vocación de Yrigoyen no es la contemplación filosófica, la escritura de tratados o ensayos, ni la ensoñación teórica alejada de la vida real. Es la política, como pensamiento conducente, y sobre todo la política como práctica. Ese proyecto político, que lo absorbe durante toda su trayectoria vital, no se limita ni se guía para adquirir, acrecentar o permanecer en el “poder” - palabra excluida del lenguaje yrigoyeneano-. Se funda, en todo caso, en una suerte de panteísmo democrático participativo, en la que el pueblo, conjugación armoniosa de individuos-ciudadanos libres, se gobierna a sí mismo completando su plena soberanía.” Yrigoyen es además, uno de los más lúcidos pioneros en proponer una concepción igualitarista y republicana, de lo que hoy denominaríamos “democracia social”. En elocuente y poética expresión, dirá Yrigoyen que “la democracia no consiste sólo en la garantía de la libertad política: entraña a la vez la posibilidad para todos de poder alcanzar un mínimum de felicidad siquiera”. Es obvio que para Yrigoyen, la democracia no se agota en la posibilidad del sufragio, sino que requiere a su vez, para ser plena, la presencia de condiciones materiales para la libertad. Tras largos años de abstención, revolución y conspiración, la reforma electoral establecida en 1912 termina por hacer concurrir a las urnas a su partido, y en 1916 el voto popular lo lleva a la presidencia de la Nación a los 64 años. Sus dos presidencias estuvieron marcadas por momentos críticos en el orden mundial que afectaron con fuerza la economía argentina: Su primera presidencia por la primera guerra mundial y la segunda por la crisis mundial del capitalismo tras el crack de la Bolsa de New York. Sin querer ahondar sobre su magna obra de gobierno en estas breves consideraciones, queremos destacar el apoyo brindado a la educación pública, laica, gratuita y obligatoria, a la Reforma Universitaria y la creación de la Universidad Nacional del Litoral, la intervención estatal a favor de los trabajadores en los conflictos con el sector patronal, propuestas de legislación laboral y agraria, la defensa de la soberanía nacional; el retiro de la sociedad de las naciones por considerar que la paz no puede asentarse sobre el derecho de los vencedores, la creación y consolidación de YPF, de la mano del Gral. Ing. Enrique Mosconi, ratificada y continuada por Marcelo T. de Alvear, su acción política ferroviaria y Huaytiquina. Y en su segunda presidencia, el plan de nacionalización del petróleo, por considerarlo un bien estratégico que debía estar, en manos del Estado nacional, al servicio de la autodeterminación para el desarrollo. El golpe de estado del 6 de septiembre de 1930 no fue sólo el derrocamiento de Yrigoyen, sino la interrupción de la vida política en el marco de la Constitución Nacional. La falta de convicción democrática de las fuerzas conservadoras precipitaron el levantamiento militar y su éxito. Muchos años después el dirigente conservador cordobés José Aguirre Cámara pudo decir que en “el año 1930, para salvar al país del desorden y del desgobierno, no necesitamos sacar a las tropas de los cuarteles y enseñar al ejército el peligroso camino de los golpes de Estado. Pudimos dentro de la ley, resolver la crisis. No lo hicimos, apartándonos de las grandes enseñanzas de los próceres conservadores, por precipitación, por incontinencia partidaria, por olvido de la experiencia histórica, por sensualidad de poder”. La república verdadera entre 1916 y 1930 había terminado y aguardaba a la Argentina medio siglo de péndulo cívico militar. Detenido y llevado preso a Martín Garcia, Yrigoyen rebatió una por una las imputaciones calumniosas que se le hicieran. La muerte lo encontró en su austera casa de calle Brasil, esa casita del sur, que decía el joven Borges, es un lugar que tiene clima de Patria. El legado político y moral de Hipólito Yrigoyen pertenece ya a la sociedad argentina en su conjunto. Es nuestra obligación continuar su obra, iluminar nuestra acción cotidiana con su prédica y su ejemplo, porque , desde Yrigoyen y para siempre, “nuestra misión no es la ocupación de los gobiernos sino la reparación cardinal del origen y sistema de ellos como el único medio para restablecer la moralidad política, las instituciones de la república y el bienestar general”.
Instituto Hipólito Yrigoyen
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