Por Rogelio AlanizPara los Kirchner, la noticia más importante de la semana llegó de EE.UU., pero la novedad no proviene de Washington o Virginia, sino de Miami y no se llama Obama sino Antonini Wilson. Se trata del fallo condenatorio del venezolano Franklin Durán por un delito cometido en el país del norte, pero el tiro por elevación llegó hasta el gobierno argentino. Después se verán las consecuencias del disparo, si la herida es leve o grave, pero en principio la resolución del jurado compromete seriamente a los Kirchner, si es que a esta altura de los acontecimientos esta familia puede sentirse comprometida por algo.
Las declaraciones de Antonini Wilson son concluyentes. El ministro Fernández podrá decir que no hay que creerle a un rufián; pero si así fuera, el ministro debería explicarnos qué hacía ese rufián en un avión rentado por el gobierno argentino, qué fue a hacer ese malviviente a la Casa Rosada y por qué la muy felina secretaria privada de Uberti le había reservado una suite en uno de los hoteles más importantes de Buenos Aires.
Si el rufián es tan despreciable, el gobierno de los Kirchner debería explicar -además- por qué permitió que durante tres días se paseara por la ciudad de Buenos Aires y se reuniera con funcionarios a los que -según las crónicas- los sedujo con sus propuestas comerciales, seducción que, a decir verdad, no habrá requerido de su parte extraordinarias dotes de actor, ya que hay buenos motivos para creer que la claque kirchnerista -empezando por sus jefes máximos- siempre está dispuesta a dejarse seducir por los cantos de sirena emitidos por estos arlequines.
Por último, habría que preguntarse por qué a nadie se le ocurrió librar una orden de detención contra un señor que había sido sorprendido in fraganti. Hoy los Kirchner se rasgan las vestiduras exigiéndole al gobierno imperialista de Bush que extradite a Wilson, cuando en su momento fue un invitado de honor que su gobierno protegió y luego dejó huir, para pretender ahora hacernos creer con artimañas propias de abogados chapuceros que están preocupados por esclarecer lo sucedido.
Antonini Wilson declaró sin eufemismos que el dinero del maletín era para la campaña electoral de los Kirchner. No hay fundamentos serios para creer en lo que dice, pero nadie está en condiciones de jurar que lo que afirma es una mentira. Antonini Wilson es un vulgar malandra enriquecido con los negociados de la boliburguesía chavista y son esos antecedentes los que realmente comprometen al gobierno de los Kirchner, porque si al caballero lo hubieran sorprendido con el mismo maletín en un avión de línea, la noticia habría ocupado tres líneas en la crónica policial de algún diario. La noticia, por lo tanto, no es Antonini Wilson, la noticia es Antonini Wilson operando para un gobierno nacional o para dos gobiernos nacionales.
Curiosamente, en Miami piensan algo parecido, aunque por razones diferentes. Las declaraciones del fiscal ni siquiera mencionan al gobierno argentino. Sugestivamente dice que el dinero iba para financiar la campaña electoral de un candidato presidencial, pero no da nombres, aunque no hace falta ser un agente del Foreign Office para deducir que en principio esa plata no iba para Vilma Ripoll o Elisa Carrió y, mucho menos, para Lavagna.
Leía los antecedentes de Wilson y sus ex socios y pensaba que, por profesión, aficiones y gustos, el retrato coincidía exactamente con la imagen que en los años sesenta teníamos de los célebres "gusanos" de Miami: empresarios mafiosos y exhibición obscena de la riqueza. Algo ha pasado en el mundo y en la cultura para que el identikit moral de la "gusanería" se haya trasladado a Venezuela que dice ser la heredera de la revolución cubana.
Uno de los argumentos fuertes de los Kirchner para probar su inocencia es que 800.000 dólares es poca plata para una campaña electoral. Esto me hace acordar a un gobernador santafesino que no declaró sus cuentas en el extranjero con el argumento de que un millón de dólares los tiene cualquiera. De todos modos, y atendiendo a las cifras a las que está habituada a manejar la familia, queda claro que 800.000 dólares es plata menor, plata de la caja chica. Pero la pregunta a hacerse en este caso sería la siguiente: ¨Cuántas valijas pasaron por el aeropuerto antes de que se descubriera la que ahora es famosa? ¨cuántos narcotraficantes pusieron plata para la campaña y a cambio de qué favores lo hicieron? ¨un gobierno con un mínimo de sentido del honor y la vergüenza puede argumentar cuando lo sorprenden con las manos en la masa que es inocente porque se dedica a operaciones de más alta escala?
En Israel, el primer ministro Olmert debió renunciar entre otras cosas porque se probó que las millas del avión oficial se las había regalado a su esposa. En la Argentina kirchnerista esa noticia sería un mal chiste o una broma sin gracia, sobre todo porque entre los funcionarios oficiales se ha puesto de moda viajar en avión hasta para ir a inaugurar una cancha de bochas. "Yo ya no estoy para viajar en avión de línea" , decía con engreimiento de nuevo rico un conocido funcionario kirchnerista.
La charca de negociados que hoy salpica a este oficialismo, encuentra en la máxima expresión del poder el espejo donde mirarse. Como se dice en estos casos, el pescado se pudre por la cabeza y es allí donde la impunidad se confunde con la desfachatez y la estulticia. La familia Kirchner organiza una consultora financiera, lo pone al frente del negocio a su hijo y ellos suponen que están haciendo lo que corresponde. En sus buenos tiempos, Menem también pensaba que podía hacer lo que quisiera.
El señor Kirchner organiza el negocio de compra y ventas de tierras públicas en su provincia, el negocio lo hace su propia inmobiliaria y cuando la Justicia decide intervenir, nos enteramos de que la fiscal es su propia sobrina. Menem era un poco más discreto, prefería un socio del estudio jurídico o un amigote de la noche.
Entre Menem y Kirchner hay diferencias, por supuesto, pero esas diferencias se licúan entre las espumas de la ideología. Diría, sin ánimo de exagerar, que en los temas que a ellos les importan en serio -la concepción cortesana del poder, el sentido insolente de la impunidad, la pulsión por participar en negocios turbios-, se parecen y se parecen cada día más.
Entre la "comadreja de Anillaco" y el " pingüino glotón" las coincidencias son más importantes que las diferencias. El supuesto liberalismo de uno es tan falso, tan impostado, como el supuesto progresismo del otro.
A los funcionarios importantes los reclutan en las mismas canteras. Muchos que ayer privatizaron las jubilaciones, ahora programan su estatización. Para ellos no hay demasiadas contradicciones entre un caso y el otro. En definitiva, lo que importa es el poder y, en más de un caso, sostener el empleo, porque el peronismo, pero no sólo el peronismo, suele ser una formidable y codiciable fuente de empleo.
En el caso del kirchnerismo se habla de los Montoneros reciclados y no tan reciclados que operan en sus filas, pero no se dice demasiado de la cantidad de muchachos y chicas que provienen de las fundaciones privadas, que en su juventud militaron en las filas de Alsogaray y Adelina de Viola, cuando no en el proceso y que, al igual que ellos, descubrieron que el peronismo es el mejor destino para sus ambiciones: Boudou, Massa, Lousteau o el propio Redrado, por mencionar a los más conocidos, así lo prueban.
Digamos entonces que entre Menem y Kirchner lo que hay en común es el peronismo, la tradición peronista y el empleo peronista. Lo demás son "contradicciones secundarias", como nos gustaba decir en otros tiempos, contradicciones que pretenden ser presentadas como fundamentales a un público distraído o poco memorioso.
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