Por Marcelo Corti
N. de la R.: Esta nota continúa la anterior Mi vida en dictadura, publicada en el Número 68 de café de las ciudades:
A los amigos, amigas y desconocidos que, desde cualquier identidad y militancia política, me enseñaron, me enseñan y me seguirán enseñando que la pobreza de los pueblos no es un destino ni un mandato divino y que el autoritarismo no es el camino.
En la marcha de la Multipartidaria de 1982 definí mi afiliación partidaria y mi militancia política. Fui a esa marcha con mis amigos, ya todos y todas definidos por Raúl Alfonsín y la Unión Cívica Radical. En la columna radical había mucha gente que conocía. Otros, muchos, se vestían de forma parecida a como lo hacía yo, o usaban el pelo como lo hacía yo y, aun sin conocerlos, me aventuraba a suponer que escuchaban la misma música, veían las mismas películas o leían los mismos libros y que, por carácter transitivo, creían básicamente en las mismas cosas que yo. Había entre los integrantes de aquella columna un común patrimonio difuso que abarcaba, por ejemplo, la revista Humor, el reciente disco en vivo del regreso de Mercedes Sosa con la novedad de las canciones de Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, The Wall, las películas de Woody Allen, fogones y guitarreadas con El Oso y Catalina Bahía, reconvenciones por el largo del pelo o de la falda en la escuela secundaria, relatos de liberalidad europea o viajes iniciáticos a Brasil, furtivos debuts en hoteles alojamiento y, para los mayores, historias de militancias diversas, amigos desaparecidos, decepciones sesentistas o setentistas, mayos franceses y revoluciones cubanas, admiraciones por el Che o por Luther King, algún resabio de “laica o libre”, decenas de ilusiones aun vigentes, la más o menos dolorosa constatación de que nunca habían faltado 5 minutos para cambiar el mundo, una prudencia adquirida a la fuerza y una revalorización de los valores de la democracia. La democracia como fin en si misma, sustantiva, sin adjetivar (ni “delegativa”, ni “formal”, ni “real”); esa democracia basada en rutinas, instituciones y compromisos de respeto mutuo que, pocos años antes, parecía cosa de burgueses, o de pelotudos.
Me gustaba además lo que decía Alfonsín y tenía respeto por la historia popular del viejo partido radical, por la lucha de Hipólito Yrigoyen para imponerle a los conservadores el sufragio universal y por el objetivo progresismo y honestidad del gobierno de Arturo Illia (aquel de cuyo derrocamiento me enteré en el colegio primario, cuando mi maestra me abrazó y me dijo que ese día no habría clases). De modo que al día siguiente, estimulado por la identificación social y por la coincidencia de ideas, concreté mi afiliación al radicalismo y el comienzo de mi militancia política estructural. Mientras Lorenzo Miguel, líder de las 62 Organizaciones sindicales peronistas, echaba a “los zurdos” de los actos partidarios, en los actos que yo frecuentaba Alfonsín nos recomendaba que “si algún despistado a la orilla del camino nos pregunta por que luchamos”, le respondiéramos con aquellas palabras del Preámbulo de la Constitución Nacional que nos enseñara nuestra maestra de la escuela primaria (“cuyo recuerdo todavía nos emociona”). Debíamos decirle al despistado que luchábamos “por constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. Cómo a principios de siglo con Yrigoyen, el radicalismo volvía a sostener como programa político el cumplimiento de la Constitución.
Ahora que se cumplen 25 años de continuidad democrática en la Argentina, abundan los balances acerca de este cuarto de siglo político. En mi opinión, la evaluación de lo realizado incluye algunos logros que hubieran sido de muy difícil concreción de haber sido otro que Alfonsín el ganador de las elecciones de 1983 (cuando digo “otro” digo en verdad “el otro”, el otro candidato, el otro partido: la polarización fue tan fuerte que solo Alfonsín y el candidato del peronismo, Italo Luder, estaban en condiciones de ganar esos comicios). En todos los casos, implican verdaderas bisagras a las tendencias y situaciones anteriores:
Por primera vez en Argentina, por primera vez en América Latina, la cúpula de una dictadura militar fue llevada a juicio y condenada por los crímenes cometidos en el ejercicio de un poder ilegítimo. El “otro” candidato, sin escándalo de su partido, proponía respetar las “leyes” de auto-amnistía sancionadas por la dictadura unos meses antes. Ese juicio no fue el único motivo por el que en esos 25 años posteriores el resto de los países sudamericanos restablecieron su democracia y ninguno volvió a sufrir una interrupción institucional por un golpe militar, pero con seguridad, el espectáculo de los jerarcas militares recibiendo su condena de un tribunal civil debe haber metido ruido en las fantasías golpistas de cualquier discípulo de Videla o Pinochet. Años más tarde, un equilibrio de fuerzas desfavorable obligó al gobierno de Alfonsín a promover leyes que limitaron fuertemente el alcance de los juicios iniciados: las llamadas Punto Final y Obediencia Debida, que todavía hoy se le reprochan; no obstante, al final de su gobierno decenas de personajes emblemáticos del terror, entre ellos Videla, Massera, Galtieri, Viola, Suárez Mason y otros, estaban en prisión.
Los países vecinos constituían para Argentina hipótesis de conflicto bélico. En el caso de Chile, esa hipótesis estuvo a punto de concretarse en una guerra absurda y de consecuencias inimaginables a fines de 1978. Hoy la región avanza trabajosamente hacia su integración definitiva, a partir de instrumentos como el MERCOSUR y el UNASUR, que se hicieron posibles a partir del cambio estratégico en las relaciones regionales. Los jóvenes latinoamericanos pueden relacionarse entre si sin pensar que en algún momento podrán tener que matarse mutuamente en una guerra. El plebiscito de 1984 por la aceptación de los términos de la mediación por el Canal de Beagle y la posterior firma de la misma fueron parte esencial de ese cambio político y cultural.
La libertad de decisión sobre cuestiones personales, restringida por años de autoritarismo, se amplió notoriamente a partir de leyes tan trascendentes como la que permitió el divorcio vincular. No menos se puede decir respecto a la libertad de prensa, que comenzó a ejercerse como nunca antes en la Argentina, o a la eliminación de la censura y en general de todas las formas políticas de persecución a la cultura.
Como contraparte, la gran deuda de la democracia sigue siendo la equidad social. Nunca imaginé, cuando en los meses anteriores a la democracia comencé a trabajar en un proyecto de radicación y renovación urbana para una inmensa “villa miseria” de mi ciudad y cuando luego, tras asumir el gobierno democrático, trabajé en su concreción, que 25 años después siguieran habiendo en mi país villas miseria, ni mucho menos que la diferencia entre los que más y menos tienen se hubieran ampliado hacia los niveles de obscenidad que alcanzan hoy. No sería honesto eximir al gobierno de Alfonsín de su parte de culpa en esta deuda, en gran parte por su incomprensión del rumbo económico que tomaba el mundo en tiempos de neoconservadurismo y neoliberalismo (pero también por la dificultad radical y de la clase media de involucrarse en los problemas de los sectores populares). Lo cierto es que, en un sentido absolutamente opuesto, su sucesor Carlos Menem contribuyó a este incremento de la inequidad desde la comprensión casi perfecta de las implicancias de ese nuevo/antiguo rumbo y esos nuevos/antiguos modelos.
En el artículo anterior sobre mi vida en dictadura hablaba de una sociedad autoritaria en lo político que, sin embargo, era democrática y equitativa en sus relaciones sociales más cotidianas. En esa sociedad había educación pública de excelencia, oportunidades de ascenso social, pleno empleo y urbanización abierta. Hoy la brecha social es desgarradora y se expresa en el empleo precario y la privatización de la escuela, la salud y la ciudad. Aquella sociedad tenía índices casi insignificantes de delincuencia y criminalidad, esta parece ser cada día más insegura. Algunos insistimos en correlacionar estos datos de la realidad; otros, creen o simulan creer que no hay relación entre condiciones sociales y niveles de seguridad.
Otra de las grandes deudas de la democracia argentina, en particular para quienes nos dedicamos a estas cuestiones, es la carencia de políticas territoriales y para el hábitat (sobre la cual mucho se ha publicado en esta revista). Para registrar esta carencia no es necesario acudir a comparaciones con el mundo más desarrollado, sino simplemente comparar con la realidad de otros países latinoamericanos: Brasil y su Estatuto de las Ciudades, Chile y su Reforma Urbana, Colombia y su Ley de Plusvalías. Creo firmemente que hay relación entre muchos de los retrocesos sociales que ha experimentado la Argentina y la falta de conciencia urbana y de políticas territoriales en su agenda social.
No hago aquí un panegírico de las experiencias latinoamericanas, que aún en los casos difundidos como más exitosos (Curitiba, las operaciones de espacio público en Bogotá y Medellín, las recuperaciones patrimoniales en los centros históricos de Quito o de Lima, etc.) presentan claroscuros y contradicciones muchas veces dolorosas (como el caso emblemático del problema de los “con techo” que Alfredo Rodríguez y Ana Sugranyes identifican en los supuestamemente exitosos programas de vivienda chilenos). Pero lo cierto es que con todos sus errores y conflictos, muchos países de la región aventajan largamente a la Argentina en el camino recorrido hacia una cultura política territorial y hacia unas ciudades más justas y más eficientes. El caso del Barrio Carlos Mugica en Retiro (la famosa “Villa 31” que hoy ocupa los titulares de la prensa y que tanto preocupa a quienes ni saben donde están las otras 30 villas…) es muy claro en cuanto a dos problemas esenciales de nuestra democracia frente a las cuestiones urbanas:
- la falta de ideas y, sobre todo, de determinación por parte del Estado para resolver los problemas de marginalidad socio-urbana.
- la patética correspondencia de la agenda mediática con esa carencia política: baste ver el trasfondo de las notas periodísticas sobre la 31, oscilantes entre la anécdota pintoresca del mundo marginal, la preocupación por el “que dirán” los turistas, la asimilación del villero al delincuente y el escándalo por la existencia de una villa en “los terrenos más caros de la ciudad”. A propósito: pocas idioteces se repiten con tanta convicción y entusiasmo en nuestro país como la del alto valor inmobiliario del suelo en el barrio Mugica. Hace poco, leí una nota en un importante diario, donde se sostenía que las casillas de Retiro y los departamentos de la Avenida Libertador compartían una sola cosa: “en ambos casos, el metro cuadrado cuesta 6.000 dólares”. ¿Accederían el periodista, su editor o el dueño del diario a comprar esa casilla a un costo de 2.000 dólares por metro cuadrado, pensando que están comprando un producto por la tercera parte de su valor? ¿La comprarían por 1.000? ¿Por 500? Es una falacia parecida a la de ese chiste donde a un señor le piden un millón de dólares por un perro y finalmente lo compra… pagando con dos gatos de 500.000.
Hubo también en estos años de democracia una virulenta transformación de las identidades partidarias, que derivó en la crisis de los partidos tradicionales, realineaciones muchas veces poco digeribles y, tras los sucesos del 2001, la aparente o real desaparición del radicalismo como alternativa política. Aquí cabe introducir una digresión: la UCR pudo volver a ganar una elección presidencial en 1999 a pesar de los problemas que ocasionaron diez años antes la entrega anticipada del poder de Alfonsín a Menem, pero no pudo sostenerse luego de que De la Rúa insistiera en continuar las políticas privatistas y neoliberales y, en particular, la ya agotada convertibilidad de Domingo Cavallo.
Volviendo a las curiosas veleidades ideológicas de los partidos políticos argentinos, parece sin embargo exagerada la extrañeza que aducen los observadores externos, en particular los europeos, sobre nuestras estructuras partidarias, tan difíciles de asociar a esquemas clásicos de izquierdas y derechas. Algo hay de aquella idea de Scalabrini Ortiz, para quien solo en Argentina podía haber “obreros conservadores y plutócratas revolucionarios”; pero estas afirmaciones (sean de orgullo identitario o de horror por la diferencia) deben relativizarse. Resulta difícil, por ejemplo, entender que un partido como el peronista (o en menor medida el propio radicalismo) pueda albergar en su seno las manifestaciones de las más extremas versiones de la izquierda y la derecha. Pero, mirando hacia el otro lado del Atlántico, también resulta difícil de entender que las derechas nacionalistas de Cataluña o el País Vasco se alíen habitualmente con el socialismo contra el Partido Popular español, o que en los distritos históricos de la izquierda francesa se imponga el partido de Le Pen. Para no hablar de los infinitos cuidados que ponen los gobiernos de “izquierda” o centro-izquierda en no asustar a su satisfecho electorado ni a los poderes fácticos.
No creo que Carmelo Ricot esté muy equivocado cuando sostiene que “el mal que afecta a la Argentina es su derecha”. Como radical, veo con desconfianza los actuales intentos de conformar alianzas con una Coalición Cívica tan volcada a las posiciones más conservadoras en todos los campos: lo económico, lo político, lo social, lo cultural. Tampoco creo que el sector del peronismo en el poder (o, si así se lo prefiere llamar, el kirchnerismo) exprese claramente una alineación progresista y de izquierda: ¿cómo entender la connivencia muchas veces impúdica con empresas y empresarios “amigos”, personajes como Rico y Daniel Scioli, la alianza con la burocracia sindical? Pero el problema de un eventual regreso de la derecha formal al gobierno es que ésta en la Argentina no se limita a contrapesar durante unos años algún previo giro progresista de la sociedad. La derecha en el gobierno genera en la Argentina retrocesos irreversibles de la civilización. Con la Noche de los bastones largos de Onganía destruyó la Universidad pública de excelencia. Con la represión procesista, nos dejó la herida de decenas de miles de desaparecidos. Con el neoliberalismo de Menem y la convertibilidad de Cavallo, destruyó lo que quedaba de la industria nacional y de la cultura del trabajo después de Martínez de Hoz.
Decía el manifiesto de la Reforma Universitaria de 1918 que “los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”. Tomando literalmente la proposición de los estudiantes, tantos dolores y tantas preocupaciones como las que nos envuelven implican que este cuarto de siglo democrático no nos ha traído todas las libertades que querríamos; más exactamente, con más autocrítica, deberíamos decir que no nos hemos ganado esas libertades. En lo que a mi respecta, creo que el gran dolor que nos queda y la gran libertad que nos falta es el de reconstituir dos países (que hoy no tienen otra alternativa que tenerse miedo) en un solo país, diverso y contradictorio pero con oportunidades para todos. Veinticinco años después de aquellos grandes actos de campaña, creo que aun los que no pertenezcan a mi misma historia partidaria entenderán que no me anima el proselitismo ni la nostalgia fácil al sostener que seguimos luchando, básicamente, por “promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
MC
Sobre los años previos al regreso de la democracia en la Argentina, ver la nota previa en café de las ciudades:
Número 68 I Política de las ciudadesMi vida en dictadura I De la Libertadora al Proceso I Por Marcelo Corti
Sobre la ausencia de políticas territoriales y urbanas en la Argentina, ver ente otras notas en café de las ciudades:
Número 72 I Planes de las ciudades (II)La ausencia de una legislación territorial en la Argentina I El déficit regulatorio y sus consecuencias I Por Marcelo Corti
Número 56 I Política de las ciudades La necesidad de políticas territoriales I Asuntos pendientes de Buenos Aires. I Marcelo Corti
Número 6 I TendenciasMuchos problemas, pero... ¿cual es el problema? I Buenos Aires, sus conflictos urbanos, y una necesaria definición política I Marcelo Corti
Sobre el Barrio Carlos Mugica de Retiro ver ente otras notas en café de las ciudades:
Número 70 I Política de las ciudades (I)La urbanización del Barrio Carlos Mugica, de Retiro I Un debate recurrente y la opinión de Jorge Jáuregui I Por Marcelo Corti
Sobre las políticas territoriales y urbanas en América Latina, ver ente otras notas en café de las ciudades:
Número 67 I Urbanidad contemporánea Curitiba, “do modelo à modelagem” I La construcción y los usos de una imagen urbana I Marcelo Corti
Número 37 I Economía de las ciudades Instrumentos para la recuperación de plusvalías en Bogotá (III y última) I Instrumentos, estudio particular de un caso y conclusiones. I Gloria Henao González
Número 19 I Economía El problema de los “con techo”... I Alfredo Rodríguez describe las paradojas del subsidio habitacional en Chile. I Alfredo Rodríguez I Ver PDF
Número 3 I Proyectos Portal Bicentenario: Santiago y la Reforma Urbana I Recuperación de un antiguo aeropuerto y políticas de integración territorial en la capital chilena. La reforma urbana chilena según su Secretario Ejecutivo, Mario Tala I Marcelo Corti
Número 1 I Entrevista “La misión del urbanismo es redistribuir riqueza y enfrentar la exclusión” I El Estatuto de las Ciudades, el Plan Director de San Pablo, y los nuevos instrumentos del urbanismo brasileño. I Raquel Rolnik
Sobre los sucesos del 2001 y la posterior transición, ver también en café de las ciudades:
Número 15 I Política Las 10 boludeces más repetidas sobre los piqueteros y otros personajes, situaciones y escenarios de la crisis argentina. I Con un prólogo sobre la derecha, otro sobre Jauretche, y un epílogo sobre la consigna más idiota de la historia. I Carmelo Ricot
Sobre las contradicciones de la izquierda europea, ver también en café de las ciudades:
Número 64 I Política de las ciudades (I) La izquierda errante en busca de la ciudad futura I Un lugar de encuentros múltiples entre gentes diferentes I Jordi Borja
Fuente: Café de las Ciudades
ALEJANDRO CARBÓ
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Alejandro Carbó Ortiz nació en Paraná el 16 de abril de 1862 y murió en
Córdoba el 1º de julio de 1930. Se destacó como docente y legislador. Tres
de s...
Hace 4 días
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