lunes, 19 de enero de 2009

El legado de Arturo Umberto Illia

Por Diego Barovero
Hace algo más de un cuarto de siglo que los argentinos perdimos la presencia física del por entonces último ex presidente constitucional que merecía el respeto y consideración de la totalidad de sus conciudadanos, sin importar las procedencias partidarias: el doctor Arturo Umberto Illia.
Golpeados por la violencia de los años setenta, tras dos largos períodos dictatoriales a cargo de las fuerzas armadas que incluyeron la desastrosa guerra de Malvinas, la sociedad argentina se encaminaba a tientas hacia la normalización constitucional y democrática en el momento justo en que perdía a un referente insoslayable de la vida política. ¡Qué falta hubiera hecho don Arturo en esos primeros pasos de la fundación democrática de la Argentina!
Hombre de partido, sin dobleces, radical de hacha y tiza, médico rural, padre de familia ejemplar, se había fogueado políticamente en la Córdoba que fue cuna del reformismo universitario y en las luchas cívicas de la UCR mediterránea que capitaneaba Amadeo Sabattini y que le ganó limpiamente a los conservadores liberando para siempre a la provincia del fraude en que éstos la tenían sumida como al resto de la república. Illia fue senador provincial y vicegobernador de la gestión progresista de Santiago del Castillo, otro gran referente del radicalismo cordobés.
En el apogeo peronista, llegó al Congreso para incorporarse a la legendaria bancada radical de los 44 que presidía Balbín y vicepresidía Frondizi (siendo amigo de ambos aún luego de las discrepancias que los llevaron a la división partidaria) y, ya convertido en referente nacional insoslayable del radicalismo, fue elegido gobernador de Córdoba en 1962 aunque no pudo asumir por la anulación de los comicios que precedió a la destitución del gobierno constitucional de entonces.
Su candidatura a presidente de 1963 fue la jugada magistral de Balbín y el radicalismo del pueblo para asegurar un triunfo que podría escapársele a manos de los candidatos del continuismo como el general Aramburu o el Frente que los militares azules tejieron con el peronismo. Illia, Perette y la UCRP ganaron legítima y limpiamente las elecciones del 7 de julio de ese año y de acuerdo al régimen electoral consagrado por la Constitución Nacional de 1853 obtuvieron la mayoría absoluta de los votos de los colegios electorales. Nunca existió el mal llamado "pecado de ilegitimidad" difundido por Neustatd, Grondona y el establishment para justificar el golpe. La proscripción del peronismo no fue tal, sino un llamado del dictador exiliado a votar en blanco cuando se les cayó la negociación con el general Onganía y el ministro Rodolfo Martínez para consagrar un candidato bendecido desde Madrid (Vicente Solano Lima).
Illia fue un presidente ejemplar, mal que les pese a los militares que lo derrocaron en concupiscente pacto con sindicalistas corruptos, periodistas ganapanes y delegados del capitalismo financiero concentrado.
Algunos comunicadores y muchos políticos (aún sus propios correligionarios) suelen limitar su análisis de la figura de Illia a su condición de hombre bondadoso, respetuoso de las formas democráticas y a su honradez proverbial.
Incurren así en una imperdonable omisión acerca de las verdaderas condiciones de estadista que enmarcan la gigantesca personalidad de ese gran hombre que presidió el pais por apenas mil días.
Durante su gobierno impulsó un fuerte proceso de nacionalismo económico (anulación de contratos petroleros lesivos de la soberanía nacional, Ley de Medicamentos) y planificación indicativa, la defensa de los intereses de los sectores populares asalariados (Ley del Salario mínimo, vital y móvil, mayor participación en la distribución de la renta nacional), la mayor inversión presupuestaria en educación, ciencia y tecnología (25% del Presupuesto Nacional) y una política exterior de firme contenido antiimperialista, americanista y de autodeterminación de los pueblos. Fue entonces que se logró el máximo éxito diplomático respecto del reclamo sobre la soberanía argentina en las Islas Malvinas a través de la Resolución 2065 de la ONU que imponía a Gran Bretaña el diálogo bilateral que hubiera significado a mediano o largo plazo la recuperación pacífica del archipiélago. Todo esto dentro del marco de la plena vigencia del régimen constitucional, incluyendo todas las libertades civiles y políticas, aún para el peronismo al que los militares de 1955 habían proscripto y al que Illia le abrió las puertas de la participación electoral.
No hace falta que algún escritor de historia de relativa fama y excesivo vedettismo mediático sentencie que Arturo Umberto Illia fue uno de los mejores presidentes que tuvo la República Argentina. La simple constatación de los datos antes trascriptos son suficientes para comprobar que Illia lo fue con creces, nin necesidad de tener la bendición de ningún historiador oficial.
Su desaparición física privó a los argentinos de su referencia en un momento clave de su historia. Aún así, a veinticinco años de la fundación democrática de la Argentina su legado se ha cumplido y a pesar de los avatares circunstanciales el ejemplo del presidente Arturo Illia sigue siendo ejemplo para nuestros hombres y mujeres gobernantes de cualquier signo partidario

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