Por Pilar Rahola
Me gustaría conocer su nombre. Pero los mártires de Alá no necesitan nombre, ni otra seña de identidad que no sea la de su aspiración al sacrificio. También me gustaría decir que fue el último atentado en Iraq, pero la muerte cabalga a velocidad de la luz, en la vieja Mesopotamia.
Las crónicas del atentado, pues, que dejó 12 muertos en el barrio de Al Jadida el pasado jueves, solo nos daban un dato: era un adolescente. Ni el primero, ni el último, uno más de los muchos usados en la locura de la yihad. En agosto, una niña de 13 años se entregó a la policía en Baquba con un chaleco de explosivos en su cuerpo. Dijo que no quería morir, y ello salvó su propia vida y la de muchos. El uso de adolescentes en los atentados suicidas no es ninguna novedad, pero siempre resulta una honda tragedia. Los expertos aseguran que la "fabricación" de un suicida implica años de adoctrinamiento, no en vano el sentido de la vida es el instinto más primario del ser humano. Si la media es de seis a ocho años de socialización del martirio, para conseguir que la aspiración de la muerte sea más fuerte que el deseo de la vida, significa que esos adolescentes son entrenados desde que tienen 8 o 9 años. Son conocidos, por ejemplo, los campos de colonias de Hamas, donde los niños no conocen a Harry Potter, pero se aprenden de memoria los nombres de los suicidas, como si fueran la alineación de su equipo de fútbol. Himnos loando sus "hazañas", festejos con cada atentado, y una cultura de la muerte que, usando el nombre de Alá en vano, enseña a los niños que la vida tiene un escaso valor. Ningún adolescente se ofrece voluntario a morir, pero muchos se ofrecen voluntarios a la gloria, aunque esta pase por el trámite de la muerte. Hay un islam que está muy enfermo. Por supuesto, a su lado palpita un islam que lucha por la vida, que ama a sus hijos, y que siente horror del totalitarismo que inspira el fenómeno yihadista. En Iraq, por ejemplo, se han creado "Las hijas de Iraq", formado por voluntarias que luchan contra las bombas humanas. Pero la ideología que minimiza el horror del suicidio, y que considera el martirio como una fuente de inspiración divina, es desgraciadamente frecuente y arraiga en una visión tortuosa y sin duda letal de la propia religión. La misma visión que, hace siglos, envió a los cruzados a asesinar a los propios musulmanes. Pero después de los cruzados llegó Voltaire, y el Enciclopedismo, y la Carta de Derechos Humanos, y la tecnología y la gran revolución de las autopistas de la información. El horror es que esa tecnología del siglo XXI se ha puesto al servicio de una mirada medieval de la religión, enfermiza, totalitaria y, como tal, malvada. Y la inspiración de esa maldad perversamente retrógrada no es solo culpa de los cerebros de Al Qaeda. Algunas de las grandes teocracias del petrodólar, con sus mujeres esclavas, sus fetuas delirantes y su desprecio a la libertad, inspiran y financian la visión antimoderna del islam. Hace pocas semanas, por poner el ejemplo más grotesco, el clérigo saudí Mohamed al Munajid emitió un edicto contra Mickey Mouse, a quien considera un "soldado de Satán". Según este sabio, Mickey ensalza a las ratas, animales que la charia anima a matar. Otro ulema, el jeque Salih ibn al Luhaydan, presidente de los tribunales islámicos saudíes, decretó que es "legítimo matar" a los propietarios de las cadenas de televisión por satélite que emiten programas inmorales. Y así hasta el infinito. Es decir, en nombre de Dios, y con la televisión o internet de altavoz, la incitación a la muerte, incluso de un dibujo animado, es una constante. Por eso repito que hay un islam que está enfermo. Su cara más trágica es la de un adolescente suicida. Pero si no existiera una "filosofía" de la muerte, estrechamente vinculada a la religión, el fenómeno sería insólito. Al fin y al cabo, si un niño aprende a matar a Micky Mouse, ¿por qué no convertirse en un héroe adolescente?
Fuente: www.pilarrahola.com
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