domingo, 26 de junio de 2011

CARTA A UN AMIGO RADICAL

Por Marcelo O'Connor
Nota del editor: Mañana se cumplen 120 años de la fundación de la Unión Cívica Radical, partido político al que pertenezco con orgullo. Se podrían decir muchas cosas, y de hecho voy a escribir y publicar algo al respecto. Pero, por alguna razón, me acordé de este artículo de Marcelo O´Connor, publicado hace ya 4 años, antes de las elecciones del 2007. Marcelo O´Connor fue un socialista salteño que me hubiera gustado conocer para agradecerle profundamente sus palabras; lamentablemente murió el año pasado. Sus palabras, hace 4 años como hoy, casi me hacen piantar un lagrimón; por provenir de alguien a quien, como el mismo dice, no puedo tratar de correligionario, tienen quizás más valor. No comparto en un 100% sus opiniones sobre nuestro partido, pero en buena medida me representan. Adelante radicales...!


Publicado el Sabado 7 de Abril de 2007 en el SEMANARIO “REDACCIÓN”.
Estimado amigo:
No te puedo decir correligionario. No lo soy. Pero quiero hablarte de tu Partido: la Unión Cívica Radical. Me siento con algún derecho, porque me llamo como me llamo por quien era el jefe del partido cuando nací, aunque sé que algunos de los tuyos creen que Alvear era un oligarca. Era un patricio, que no es lo mismo, y mantuvo unido y en la pelea al partido en la difícil época del fraude. Porque a mi padre, el suyo le puso de segundo nombre Alem y a un tío se lo encajó de primero. Porque tenía de mi viejo, hasta que se lo presté a otro radical, la primera edición de “El Radicalismo de Mañana” de Ricardo Rojas, con una dedicatoria personal del Maestro. Porque en mi familia materna, mis tíos Alcides y Alejandro Greca, este último revolucionario del 33, lo fueron. Porque hasta podría alardear de un lejanísimo parentesco político con Alfonsín, por el lado de los Foulkes. Porque mi primera experiencia, de niño, con la política fue una elección en San Javier, un pueblo de la costa santafecina, donde era caudillo imbatido, ni por el peronismo, mi tío político José Cámera. Allí gusté las empanadas en el “corralón”, contemplé con azorados ojos infantiles la tabeada de los criollos en el fondo, como se cuidaba de que los votantes no sean despojados de las “libretas” por la policía brava y a los indios mocovíes que estremecían el aire gritando “¡viva Hipólito Irigoyen!”.

De muchacho me hice socialista y admirador de los viejos ácratas libertarios. También influyó la lectura de Lisandro de la Torre. Y no menos, los ejemplos de conducta de los radicales, compañeros en tantas luchas por la democracia y por la libertad. De los radicales sacamos el gusto por la política, no como medio de vida sino como pasión. De grande y quizás porque no he sido radical, estuve en muchas fallidas aventuras políticas, aunque aun así, en esencia, todavía me reconozco a mí mismo. Pero este excesivo y algo vanidoso exordio es solo para que no sientas que te habla un enemigo que se solaza de la decadencia radical.

Es que el radicalismo es de ustedes, por supuesto, pero en cierta forma es patrimonio de todos los argentinos. A él le debemos, no sólo el voto secreto y universal, sino un sentido ético de la política. Siempre fueron una reserva moral de la República. Cuando otros hacían pactos espurios, otra forma de fraude, ustedes iban a elecciones, aun sabiendo que perdían. Cuando se disolvían los partidos, ustedes se refugiaban en la “interna” para mantener viva la democracia. “¡Yo no inclino mi frente en la batalla!”, decía Alem. Irigoyen les dio una misión, la “causa”, que era la “reparación” moral y política del honor nacional. “Que se pierdan mil presidencias, pero que se salven los principios”.

Ustedes pueden mostrar vidas ejemplares, como de un santoral laico. Ahí lo tienen a Arturo Illia, a Ricardo Balbín, a Crisólogo Larralde, a Santiago del Castillo, a Moisés Lebensohn, a tantos anónimos radicales de provincias, barrios y pueblos de todos los rincones del país.
No tengo derecho a meterme en las “internas”. Pero si algunos pretenden el atajo del calor y las billeteras oficiales, déjenlos que se vayan con gobernaciones y todo. Una purga de vez en cuando, es saludable. Y no será la primera vez: en los 30, los antipersonalistas se fueron con los conservadores; en el 45, el peronismo se formó con radicales; en el 57, otros se escindieron. Tránsfugas hubo siempre. A todos se los tragó la Historia y ustedes permanecieron. No mejor suerte les espera a los que, de puro “transversales”, caminan de costado.

No puedo criticar la decisión de ir con un candidato extrapartidario. Los acuerdos políticos son legítimos, si son transparentes. No siempre ni necesariamente son “contubernios”, palabra radical. Pero no puedo dejar de acordarme que cuando Perón en sus inicios hizo gestiones para ser candidato de los radicales, Amadeo Sabattini dijo: “Díganle a ese mocito que se afilie a la Unión Cívica Radical”. Perdieron lejos, llevando al peor candidato posible hasta la aparición del inefable De la Rúa: Tamborini, acompañado por Mosca y, porque así me enseñaron de chico, toco madera al nombrar al último, que era un temible “jetattore”. Perdieron, pero no se doblaron.

Tienen casi 120 años de Historia. Como todos, con claros y oscuros, con aciertos y errores. De la Rúa fue un trágico equivoco, para ustedes y para el país que confió. Pero no deben pagar todas las culpas para siempre. Los peronistas nos pusieron a Lastiri y luego a Isabel y se hacen los distraídos. Combatan el mito de la ineficacia, inventado por sus enemigos. Illia, lo reconocen todos ahora, fue un excelente gobierno en lo económico. Y democrático. Alfonsín entregó el poder porque, conspirativamente, le hicieron un golpe de Estado bajo la forma de un golpe de mercado que provocó la hiperinflación. Al respecto, ahí está el libro “El asalto al poder” de Simón Lázara, Bs.As., 1997.

Los radicales, la sal de la República, podrán ser ahora el 10 o el 20 %. O menos aún o más. ¡Qué importa! Ser radical no es fácil ni para cualquiera. Abracen al viejo partido y sigan con la prédica, sin pensar en candidaturas ni en ganar o perder. Cuando soplan vientos de hegemonía, cuando hay que salvar a las instituciones, cuando hay que defender a la democracia y la libertad, ahí deben estar los radicales. Para eso nacieron.

¡Adelante, radicales!

Marcelo O´Connor.-

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