lunes, 11 de marzo de 2013

Estatizaciones con pocos beneficios sociales

Por Aldo Neri
El populismo latinoamericano, del cual es ejemplo nuestro país, tiene un discurso inspirado frecuentemente en el socialismo antiguo y, a la par, conductas que contradicen totalmente aquel noble antecedente. Racionalización, quizás, de su crudo pragmatismo de poder. 

Y uno de los artilugios con que autoengaña su mala conciencia cuando es gobierno, es el recurso a la estatización de bienes y servicios: “¡estatizamos y ya está! , lo estatizado pasa a servir al pueblo y no a las conveniencias del mercado”. ¡Pero ojalá esta ingenuidad fuera cierta!
 La ingrata realidad es que estatizar no implica necesariamente socializar, en el sentido de aporte al beneficio de las mayorías; contrariamente, puede castigarlas con daños distintos pero equivalentes a los peores que imprime el poder discriminador de la ganancia . Los argentinos recordamos no pocos ejemplos de empresas del Estado parasitadas por el sindicato y los empresarios contratistas, con desprecio del interés de sus rehenes usuarios. Y también recordamos cómo esta memoria legitimó, junto a la crisis económica, la privatización de muchas de ellas mediante el remate a precio de saldo que ejecutó el peronismo en los ‘90, tras haberlas estatizado cuarenta años antes. El mero crecimiento del Estado, de los bienes y servicios públicos, no es garantía de progreso para la comunidad a la que sirve. Puede ser grande y fofo, como dijera alguna vez Prebisch , reflexionando sobre Estados de nuestro continente. Como es el argentino, muy ampliado en estos años; y para tomar sólo un parámetro, recordemos que el empleo público crece entre 2007 y 2011 al 6.1% anual, en tanto el privado al 3.2%, y ello no sirvió para mejorar las funciones estatales ni sus carencias . Y aún queda afuera la fila de beneficiarios de programas sociales de subsidios, aspirantes a ingresar en los padrones del empleo público (porque la política redistributiva del gobierno pasa por esas transferencias, sin intervenir en la matriz de la desigualdad de nuestra sociedad), con la utilidad de ser una herramienta electoral en épocas de prosperidad fiscal, tal como resultaron los años recientes. ¿De qué Estado al servicio del pueblo estamos hablando cuando nos informan que desde el 2004 ocho de cada diez de los chicos que se incorporan a la enseñanza básica buscaron la escuela o el colegio privados y no los públicos? Y es el Estado que practica un federalismo retórico y a la par controla los recursos financieros como arbitrio de sometimiento político de provincias y municipios. Y el que subsidia a la producción automotriz para que cada familia de clase media tenga por lo menos un auto, al tiempo que millones de su bienamado pueblo pobre viaja hacinado todos los días en trenes suburbanos destartalados (eso sí, casi gratis). Y son también los estados de la Nación y de la CABA, peleados por mala política, los que duplican la policía e imponen al contribuyente los gastos suntuarios de la fiesta. Grande y fofo, en lugar de un estado social que redistribuye el ingreso y la riqueza a través del impuesto que pagan todos, pero más los que más tienen y ganan; a través del fomento del empleo genuino; de la seguridad social universal e igualitaria asentada en un derecho de ciudadanía, y disminuyendo paulatinamente los programas de subsidio focalizado, inevitablemente discrecionales; y lo hace también orientando el crédito y las inversiones hacia prioridades de utilidad mayoritaria, no a caprichos consumistas de los “satisfechos”, como los llamara Galbraith. Y en esa empresa, por cierto que hay instituciones y servicios que deben ser responsabilidad directa del Estado, pero sin olvidar que en muchas áreas es posible la “socialización” de la acción privada,mediante marcos regulatorios adecuados y garantías de participación ciudadana . No digo que la crisis del Estado sea toda culpa de la presidenta Cristina, o de su marido; sé que la cosa viene de lejos y que somos difíciles los argentinos. Pero acéptenme que ellosdesaprovecharon la oportunidad más formidable que tuvimos en el último siglo de intentar su reforma , en la salida de una crisis con las mejores condiciones económicas. Repechar la cuesta ahora será más peliagudo. Y la responsabilidad grande que le cabe a la Presidenta es crear un clima de confianza, sin el cual los cambios serán gestos mentirosos.

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