jueves, 4 de abril de 2013

EL CONSENSO QUE NO FUE

Por Federico Hirsch
Cuando se gana una elección presidencial con el 54% de los votos, se abre para el triunfante una oportunidad irrepetible. Generar, dentro de la contundencia aritmética, una autolimitada práctica de concertación política. No una autolimitación al proyecto nacional del ganancioso, sino una incorporación legitimada de otro proyecto mas amplio que siente directrices de presente y futuro para la Nación; utilizando la legitimad de los números como una herramienta de coerción social. Llamar a consensuar el futuro no es un acto de minusvalía ni personal ni política; es una valiente decisión que han sabido tomar algunos estadistas.
Esas cosas no son, ni tampoco serán. Construyeron mausoleos de una ideología falsificada. Reescribieron el pasado con caretas de víctimas, como la antigua máscara romana que se usaba en los teatros. Fundaron un sistema de propaganda vergonzante, agresivo y con ribetes nazifascistas. Descalificaron opositores y disidentes, por la menor discordia. Fundan sus discursos en derechas que disfrazan de izquierdas, perfeccionando el claro estado de confusión de los populismos. Con los apóstatas son como Stalin. Proclamaron la soberanía monetaria, pero no pudieron nacionalizar el pensamiento económico ni de sus presuntos seguidores. Mucho menos de la sociedad. Sin acuerdos ni consensos, ya no controlan la divisa que dicen detestar. El latinoamericanismo de folklore que publican es una cobertura de negocios privados; campeones de la estrategia ignoraron al Mercosur como un elemento clave del desarrollo. Anticlericales por conveniencia pasajera, olvidaron que el Vaticano pesa por lo que es en el contexto de los estados; política y financieramente. Ahora desesperados encuestólogos, opinólogos y pseudo sociólogos van a la caza de la legitimidad perdida con la religión mas numerosa del continente.Reprimen a los pueblos originarios y enajenan toda tierra desde el Rio Negro hacia el sur; pero solo ellos pronuncian la palabra cipayos. Dicen que tienen un líder en el cielo, el mismo que no podría justificar sus bienes en la tierra. Imprimen moneda a velocidad luz, pero recuerdan la hiperinflación que ayudaron a montar en la transición democrática. Desconocen el monumental peso histórico del juicio a las juntas, y proclaman haber creado miles de "cuadros" por haber descolgado la foto del dictador insignia. Falacias, que ya no se pueden ocultar con los soliloquios presidenciales, con ministros improvisados e imputados ni secretarios patoteros. Cinismos, que de a poco hacen lo peor; minar la fe pública en la democracia como consecuencia imperdonable de sus devaneos napoleónicos. Lo peor que se le puede reclamar a un gobierno elegido por el pueblo, no es ya el latrocinio, sino desprestigiar a la democracia. 
Dicen gustar de los partidos políticos, pero todo diálogo es por alguna transacción no fundamental. E intentan derramar sus estilos, cultura y método al resto de la política en su conjunto. Pudiendo hacer un país federal, se vive un centralismo casi extremo. La idea reeleccionista no está archivada; la cultura política del oficialismo no puede, no sabe ni quiere ser oposición. Demasiado lejos del dinero; demasiado lejos de los fueros. Eso es para los gobernantes nacionales no estar en la rosada o perder bancas en el Congreso. Lo que podrían haber sido diez años de democracia real, lo han sido de un régimen que no desea que el ciudadano deje de ser un habitante. Otra década perdida. Hay que aprender y la oposición no está excenta del aprendizaje. Si gobierno partido y estado son lo mismo y esto resulta natural, estamos todos en una sociedad de riesgo.

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